Si te dijera que por cada una
de estas grandes ciudades que crecen
hacia el aire
existe otra de hormigas bajo tierra,
¿me creerías?
Mac-Cook, el reverendo, nos habló
de una ciudad inmensa en Pensilvania
poblada toda ella de hormigas
exsectoides
que
ocupaban las hectáreas mismas
que la ciudad de Hárrisburg,
que se asienta ignorante sobre ella.
Sus nidos son profundos, iguales en altura
a otros edificios.
¡Oh, sí! Les bastaría
minar dos o tres puntos claves para que
Hárrisburg
cayese toda entera en una cárcava
de su misma medida.
Pero no.
Ellas jamás recurrirán a eso
porque perecerían también como nosotros.
Y ellas viven-yo puedo asegurároslo-
de imitarnos. Sus hábitos sociales no
son más
que un puro mimetismo de los hombres.
Habíamos supuesto lo contrario
pero, cuando Bugnión
nos fue poniendo al tanto de sus
guerras,
nos fuimos viendo en ellas retratados.
Observen, si no, la gran torpeza
de las pratensis, esa
curiosa habilidad de las sanguinas
o la maldad cruel de la herculanus
caponatus, que ataca la
corteza del árbol.
Toda
Roma peligra, ya lo dijo Cortázar.
La ciudad de los mártires se tiene
sobre ellas mismas,
minada como está por esa otra
Roma de hormigas, hecha
de catacumbas ciegas que hasta alcanzan
la altura de san Pedro y que Cortázar
propone aniquilar con una vara
de avellano. Yo no.
Yo propongo mejor
convocar al ejército en las Termas
y perseguir de noche a los furtivos
que buscan a los dioses bajo el mármol.De El rey de las cigarras. 2003