Para que el viento acuda
cada vez que el instante lo reclama
y el río con su oculta
canción fecunde el oro de los álamos.
Para que todo tenga
su sitio y nada tiente
su permanencia, pace
la vaca en el trigal sin que la edad
o el acecho del tiempo la perturben.
Está ahí desde aquella
primera vez que contemplé el paisaje
y es ella quien sostiene
la luz cansada de la tarde, el tibio
relente, la humedad
con que prueba la vida
su oscura comezón
el pálpito insaciable de su savia.
Miradla. Pace ahí
tranquila y todo el valle
parece respirar con ella, henchirse
de su misma templanza.
Nunca supe tu dueño,
vaca sola que pastas
también por mí, por todos
los que aún apacientan
sus ojos con el claro
paisaje de la infancia,
pero sé que no habrá ya quien reclame
tu soledad, amparo de la dicha.
Ajena como paces
al tiempo y su mudanza.
De Copa de sombras, 2009
De Copa de sombras, 2009