martes, 5 de noviembre de 2013

ELEGÍA DE YUSTE







 Porque nada hay que dure
más que la soledad aquella
que al principio nos precedió y, al cabo,
habrá de sucedernos,
tú viniste a buscarla
en este verde valle, esta ladera
de castaños que el viento
tañe como un afán baldío que sonara
más allá de este mundo,
en el envés divino de lo inútil,
ese son que se basta y que a nada se debe,
bastión de lo no dicho
que las hojas en su rumor proclaman.

 Has venido buscando
la soledad que estuvo desde siempre en tu alma,
la que apenas si las trompas o el negro
fulgor de las bombardas te dejaron
distinguir. Te batía
desde niño en la sangre,
como una cifra oscura, la promesa
de una posteridad que adelanta a los príncipes
el fruto venidero. Pero tú
no escuchabas su flujo, ese río sereno
con quien trenza la sangre
su arrebato. Fue Dios,
su ambición desatenta, quien dispuso
que eligieras el mundo. Confundió
su reino con tu imperio adivinando
su victoria en la pólvora.

 Pero nunca fue suya.
En Metz fue la nevada
quien derrotó tu ejército. Borracho
-recuérdalo bien , Carlos- escupías
con la misma saliva con la que santiguabas
cada noche tu fe frente al dorado
crucifijo que un día
templó su oro entre los blancos pechos
tan tibios de Isabel.

 La victoria es ajena a la ambición
del que por ella lucha.
Es un don que no admite
otro dueño que la Divinidad
y por eso castiga
con su fulgor al hombre que, insensato,
le arrebata su lumbre.

 Ciego acogen las sombras al vencido.

 Esta noche de Yuste, sin embargo,
has sentido ladrar a tus mastines
adivinando el puerto, las fronteras
de un reino que soñaste inmenso entonces
y es ahora un pequeño vergel de soledad
en que acecha la Muerte tras la fruta
afilando su silbo en cada hoja,
tiritando descalza, como un sistro,
en la cerviz del aire,
el relente tan frío de los álamos.

 ¿Qué huestes te valdránahora contra ella?
 Dime, Carlos, ¿qué leva de muchachos
combatirá en tu nombre si tu causa
no la asiste ya Dios, si es su designio
que el hombre dé a la vida
lo que a la vida toca y nada lleve
con él al otro mundo sino su alma?

  Tengo conmigo aquí sembrado en la ladera
un huerto de soldados rubios como mi estirpe
que aún empuñan los lábaros
de sus cruces, lo mismo que una oscura cosecha.
Morir fue para ellos
un destino terrible que no cumplen
más que los hombres tiernos
de corazón mollar y sílabas de estambre.
Ellos darán conmigo la última batalla.
Derrotar a la Muerte tras la muerte,
someterla en su campo hasta arrancarle
la manzana en que ovilla ese dorado
hilo que nos prolonga la vida más allá
del vivir de los días.
Sólo para vivirla en soledad.
Sólo para escuchar la música del alma,
diapasón de lo eterno,
cuerda sola con que enhebro la dicha,
como el bordón que un ángel con sus dedos
pulsara dulcemente
en la viola sin dueño de esta noche del mundo.


                           de Elegía de Yuste,  2013.